En este su tercer libro, José Murillo nos presenta la continuación de Jabalíes a la espera – ya agotado – con el mismo título y el añadido de segunda parte. De hecho, el primer capítulo bien pudiera encabezarse con el número XXI, pues retoma el relato, y el formato, del libro anterior.
El autor nos deleita en cada capítulo con el seguimiento de un macareno (como le gusta nombrarlos) cuya huella encuentra en su continua búsqueda de pistas y querencias. Con su habitual facilidad para describir paisajes, de situarnos en escena y de hacernos notar los más pequeños detalles que su afición y su buen hacer descubren en cada una de sus esperas, casi nos obliga a participar de todas ellas, percibiendo el olor seco de la sierra en verano y sintiendo el frío de los inviernos.
Escuchamos, en su silencio, los ruidos de la noche, y participamos de sucesos que parecen salidos de un libro de aventuras. Cada relato nos trae una sorpresa y un trabajo bien hecho, con independencia del resultado, compartiendo con el autor tanto las alegrías, como las tristezas.
El libro se lee de un tirón, pero aconsejamos a los buenos aficionados que lo disfruten, alargando su lectura y haciendo un aguardo cada día, o cada noche.
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